Mis párpados bajan cubriendo mi globo ocular porque hoy sólo quiero descansar. Pesadas piedras sobre una espalda que creo que no puede soportar horas y horas de deber casi sin parar.
Quiero desaparecer. Tan simple como ese es mi deseo. Mi cuerpo se resiente. También lo hace la mente. Horas y horas de deber que nunca lograré entender cómo las soportaré.
Monótonas clases llenitas de sillas. Papel hay delante en blanco esperando ser rellanado. Deja vù no. Monotonía, quizás. Porque la vida repite patrones con años, con días, semanas y meses. Y, aunque poco a poco todo se acelera, el corazón late irregularmente en un intervalo que me mantiene no inerte. En una vida cansada pero vida. ¡Menuda mi suerte! Y no es ironía sino un grito lloroso y afortunado que hace parecer lo que es como si fuera lo contrario.
Extraño mi día, extraña mi mente y yo dispuesto a tirarme con un parapente ahora, tan de repente, a ver si la lluvia de este día me alegra un poquillo, me despeja y me hace olvidar el cansancio de las piedras, las horas, los libros, lo planos...