Llega el estío, el calor infernal. Mi infierno renace, una vez más. Pero ahora es distinto y a la misma vez igual. Ciclos vitales lo llaman pero yo estoy harto ya.
Hay fuego en mi pecho, cruel ansiedad, que a veces me impide hasta respirar. Todas mis ilusiones se han desvanecido. Estoy más solo de lo que había creído. Pero lo que no es normal es que después de labrar más de diez años en ese bancal, nada haya ni para desayunar. He cometido errores, no lo puedo negar, pero parece que le hubiera echado sal en vez de ese tiempo baldío de esfuerzo para los demás que ahora no sirve para nada.
La pasarela de la moda, para no desentonar, se cerró en mis narices cual bivalvo en alta mar. Y me encerré en mi aposento, en el más cerebral, para ver que no estaba tan mal, estaba fatal. Se olía a podrido y a soledad. Eso me pasa por tonto y por malgastar las horas y horas ahí, en los demás. De bueno ya más no me voy a pasar sino que sacaré la bestia a pasear.
He sido el peor de los ciegos, aquel que no ve, no porque no pueda, si no porque no quiere ver. Aunque mi lamento está tatuado con lágrimas negras este verano. Por ello deseo desaparecer ya de una vez. Cambiar de vida aunque antes he de acabar lo que he empezado con toda la dignidad. Quiero volver a la rutina más invernal y trabajar a más no poder con un abrigo o un anorak para poder ocultar y olvidar este tatuaje estival.