Llega, sin previo aviso, un momento en el cual la música tenue de la vida toca el clarinete, el saxofón y el piano, todos a la misma vez pero transmitiendo la dulce y gratificante melodía de la venganza. De repente tocas fondo, y no hay nada más abajo. Sin embargo sigues, vives. Todo aquello negativo que sentiste un día se transforma. Sales de la ciénaga enfangada y empiezas a limpiarte toda la mierda. El mundo es dificil pero comienzas tu propia y silenciosa venganza. ¿Objetivo? Todos ellos. ¿Por qué? Por todo.
Cuando no tienes nada caes y caes hasta toparte con algo que te desvía del camino descendente para colocarte en el ascendente. ¿Y por qué el cambio? Muy simple, porque sigo teniendo algo que soy yo mismo. Y todos aquellos que me han echo descender deben pagar en la aduana de mi alma si quieren volver a entrar en el estado independiente de mi corazón. Aunque seguramente nunca más lo logren.
Sin duda volveré a caer. Pero eso tendrán la suerte, o la desdicha, de verlo todos aquellos que me leen. Porque hay quien se atrevió a decir que me conocía sin adentrarse en el mundo inmenso de mis escritos. Paranoias les llamaban los que acaso un ápice se acercaron. Pero no. Ni son paranoias, ni serán, pero a aquellos a los que un qué tal les costaba dinero les parecen que sentimientos humanos adornados por recursos literarios de un estudiante precabido no son más que pequeñas locuras que deben ser olvidadas cuando vuelvan a mirarme a los ojos. Y no. Se han equivocado.
No hay nada en mi mundo excepto yo. Duro pero cierto. Ya es hora de soltar peso vital. No me contéis más milongas. Sólo yo importo. Es mi venganza. No sé cuanto durará pero he de disfrutarla.