Relatar el principio no puede ser tan complicado... De repente todo un mundo se dilucida, muestra sus cartas con claridad. De repente lo demás seres humanos se convierten en gárgolas. Después de años de mi propia petrificación volví a demostrar sentimiento alguno. Aunque quizás no haya persona adecuada para demostrar lo que llevo por dentro, pues todos tienen llaves y puertas de escape. La mía sólo fue y ha sido una, la llave del escapismo, y no quiero volver a usarla.
Un cambio tras otro. Eso es la vida. Y para llevar una vida hay que afrontar esos cambios. Huir es convertirse en el vivo de lo inerte, en el vivo de un metro que lleva a ninguna parte, de un tranvía con vistas al vacío, de un autobús que lleva en el interior el tubo de escape. Lo peor es que a pesar de mi convencimiento de lo que no debo hacer lo haré. Cuando uno no ve más caminos... o no es que no los vea o no los quiera sino, simple y llanamente, que no los tengo.
El vaso siempre estuvo vacío. Excepto en aquel principio donde todo era diferente e igual, aquel principio en el que todo se truncó aunque seguí hacia delante. Y no hablo de un principio ancestral ni de mi propio principio sino del principio de mi yo adulto consciente.
¿Por qué hago las cosas? Porque debo. Pero, ¿por qué debo? Se me olvidó preguntárselo a Kant... ¿Por qué todo parece que vuelve? Por el eterno retorno. Pero, ¿por qué vuelve? Se me olvidó preguntárselo a Nietzche.
Romper un plato da igual, si es del microondas la cosa cambia. Y es que hay platos y platos, personas y personas... Soledades y soledades. No es lo mismo estar solo cual ermitaño en la montaña que en una sociedad, que en un mundo donde hablas y hablas con gente que ve un espíritu alegre, fiestero y dicharachero. Pero el dolorido sentir sólo lo siente alguien que ha tenido demasiado tiempo para pensar en cosas que otros simplemente no piensan o si piensan se juran no volver a hacerlo.
"Del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso" Azorín, Castilla