Nada va a cambiar en mi mundo. Eso que para otros es motivo de alivio y de lucha para mí no es más que una anquilosada piedra que aumenta el peso propio de mi alma hasta hacerla arrastrarse.
La presa sigue construida, imponente, conteniendo todo un caudal... Y apenas se abren las compuertas para dejar escapar algunas vergonzantes lágrimas. Encima de mis aguas tranquilas en apariencia la gente construye puentes a los que mis profundas tierras sirven de cimiento. Pero en aquello que parece tranquilo hay una energía inconmensurable contenida...
Nada va a cambiar. No es porque no quiera, no es porque no haga cosas nuevas cada día... es porque hay oportunidades que no se presentan y no es porque no las busque... Y uno se cansa, a uno el hastía le carcome cada centímetro de cerebro. Pero enseguida se vuelve a la vida, se sigue con ella, sin esperar nada a cambio...
Pero es que no hay nada más triste que ver los cambios, sentirlos y ver que no llevan a ninguna parte o, peor aún, que llevan al mismo sitio que siempre. A esa soledad con demasiada compañía. A ese vivir por lo que no es mío. A esa inercia vital tan triste y desesperante.