Y aquí sigo, impertérrito. Con el corazón cerrado, los ojos abiertos y las orejas caídas. Con el sentir joven y cansado.
Nunca digas siempre, ni siempre digas nunca. Las palabras siempre fueron de ida y vuelta. Las personas, sin embargo, nunca fuimos. Ni con el verbo ser ni con el verbo ir.
Es duro tener que volver a escapar por el laberinto de las palabras intrincadas. Tener que perderse, para encontrarse, en el mar de sentidos remolinos, en el huracán de vertiginosas vorágines de puños apretados, en el desierto de arenosas ansiedades, en la selva de las descorazonadoras decepciones.
Sentir que ahí está el pozo y su fondo, y quizás, sólo quizás, se está a gusto en sus aguas putrefactas. Al fin y al cabo, uno no huele lo que huele como uno.
Cansancio y hartazgo. Sin saber bien ni el porqué ni el para qué, sabiendo claro el para mí.
Viva, luego escribo.
Hace 1 año
1 comentario:
que gracia, al final volvemos todos. Y es que somos masoquistas...
saludos.
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