El sonido amargo del teclado de mi ordenador contrasta con el silencio, con el profundo silencio que hay atado a mi cuerpo, a mi ser. Ojos tristes, y no sólo ellos. Ellos sólo son el triste reflejo de la triste tristeza que hoy irradio, poseo y tengo.
Puertas, ventanas y paredes que se irguen en altas murallas con diminutos agujeros por los que escapar que cada vez se empequeñecen más y más. Personas que se alejan poco a poco por la gran vía sin mirar hacia atrás, sin mirarme. Sensaciones que no sé porqué, llegan a mí. No hay razón, no hay razones, sólo hay tristeza, sólo existe ese dolorido sentir cada vez más profundo que espero poder estirpar sin cicatriz alguna dejar.
Luna llena, lobos que aullan, mis lobos, aquellos que creía amaestrados en mi interior, calmados, pero su naturaleza les hace aullar y quebrantar mi ser en pedazos más y más chicos cual botella de cristal estampada contra el suelo en un momento de sentimental borrachera. Y es que no hay ninguna bebida alcoholica con más graduación que la tristeza en conjunción con la más sutil de las locuras destiladas en el polígono industrial de la amargura.